EMPUÑANDO LA ESPADA, POR UN GRAN PROPOSITO
El texto de la Espada de
la Vida es un texto militar que se ocupa del desarrollo específico de esta
arma, así como de su práctica y disciplina; pero al mismo tiempo sienta las
bases de un sistema filosófico coherente y completo. Haciendo una analogía
entre el Espíritu y la Espada, y entre la Batalla y el Perfeccionamiento
Interior, muestra el proceso por medio del cual el hombre se refina, se prueba
y trasciende su destino.
El destino del Espíritu
verdadero del hombre es como la creación y el destino de la Espada. Puede ser
magnifico o terrible, y de la misma forma que la Espada, pasa por cuatro
etapas: el refinamiento, la forja, el temple y la prueba.
El hierro esta en las
entrañas de la tierra. Es extraído para formar una Espada. Acaso puede decirse
que el hierro es impuro en sí mismo? No es así: el hierro es un metal puro. Pero
al ser extraído de la tierra, se encuentra mezclado con materia inservible, y
tiene que ser depurado para poder usarse. Esto es el Refinamiento. No es esto
semejante al espíritu del hombre que, aun siendo puro, se halla contaminado por
innumerables cosas del mundo? así, igual que el metal, debe ser refinado y
liberado de lo impuro.
Cuando la hoja del metal
ha sido completada y puesta en la empuñadura, debe probarse en batalla. Acaso
puede decirse que es verdadera la espada sin haber sido probada? No es así: si
la Espada es usada para exhibirse o colgada en una pared, no será más que un
adorno inútil. La función para la que fue creada es la pelea. Esta es la prueba
de su valor. No es esto como el espíritu del hombre, que se manifiesta en su
mayor esplendor cuando afronta la adversidad más grande? así, su destino es
probarse en la Batalla y hacerse digno de su largo proceso de creación.
Si la Espada es empuñada
para oprimir y dañar, entonces el esfuerzo del forjador habrá sido vano. Si la
Espada es empuñada con honor y justicia habrá cumplido su misión más alta, y
después de la fatiga de la batalla, podrá regresar al fin a su funda, en digno
silencio.
Silencio digno que también
acompaña al ser humano que es capaz de transcender a sus experiencias en la
vida y de transitar por caminos que le permitan crecer espiritualmente; hablando
de uno de esos caminos, y del cual sabemos que en nuestros días, un buen número
de hombres necesitan lograr separar su alma adulta de su alma aferrada a la
madre. Los iniciadores aborígenes
australianos emplean esa espada precisamente para cortar el cordón umbilical
psíquico. El filo de la espada separa el aferramiento del amor, la bravuconada
infantil de la firmeza masculina y la agresión pasiva de la ferocidad. Los
tibetanos se refieren a semejante espada afilada interior como «la espada
Vajra». Sin ella, dice, no es posible la vida espiritual, ni la vida adulta.
También podríamos
necesitar una espada para separarnos de nuestra propia auto indulgencia.
Podemos haber adquirido el carácter de víctima inadvertidamente en la niñez, en
una situación desagradable con un pervertido sexual, un hermano o una hermana
crueles, un padre o una madre agresivos, etc. El alma de la víctima queda
inevitablemente unida a la auto indulgencia, el resentimiento, la depresión,
una baja autoestima, la pasividad y la rabia. ¿Quién va a separar esas emociones
del alma?
Los griegos admiraban un
mito llamado “Pelasgo de la Creación”, distinto y más viejo que el mito
olímpico de la creación. El mito pelasgo dice que había una vez un huevo
flotando en el océano. Luego una espada empezó a acercarse al huevo hasta
dividirlo en dos. Resultó que dentro del huevo estaba Eros.
Si el huevo hubiese
permanecido como estaba, no hubiese habido Eros en el mundo. Sin espada no hay
Eros, dice el mito. El amor paterno por el hijo, el amor del hombre por la
mujer, el amor de la mujer por el hombre, el amor de la abeja por la colmena,
el amor del creyente por Dios... nada de eso cobra vida sin la espada.
Semejante historia de
creación es una historia de discriminaciones. Tan pronto apareció la materia,
el Gran Cortador llegó y la dividió en lo pesado y lo liviano. Lo liviano se
elevó y lo pesado se hundió. Luego, volvió a aparecer el Gran Cortador y
dividió lo liviano de forma que una parte se convirtió en Fuego y la otra en
Aire.
Luego, el Divino Cortador
dividió la materia pesada de forma que una parte se convirtió en Tierra y la
otra en Agua. Después, el Divino Cortador, dividió la tierra de forma tal que
una parte se convirtió en tierra firme y la otra en isla. La espada volvió a
dividir el agua en agua dulce y agua salada. Y siguió cortando y cortando.
Estos tajos resultaron finalmente en el mundo articulado, hermosamente
fragmentado y resplandeciente de detalles minuciosos que tanto aman los
paisajistas. ¿Por qué hemos de tener miedo a los cortes?
Pitágoras, a quien le
gustaba esta historia de la creación, dijo que si miramos con detenimiento,
también podremos ver las huellas que dejó el Divino Cortador en su camino hacia
el reino de lo invisible. El Cortador deja tras de sí pares de opuestos que
existen en todas partes; como ejemplos citemos la izquierda y la derecha, lo
recto y lo torcido, lo masculino y lo femenino, lo limitado y lo ilimitado, lo
móvil y lo inmóvil, etcétera. “Los opuestos complementarios” de otras culturas,
recordemos el Yin y el Yang.
Jung que tanto se intereso
en los opuestos complementarios se refirió al valor de la particularidad en su
extraño fragmento «Siete sermones a los muertos». Un halcón es siempre un
halcón, incluso cuando vive entre búhos; y un búho es siempre un búho, incluso
cuando vive entre puercoespines. Pero los seres humanos son sugestionables y
pueden perder su particularidad. Cuando se funden con «las masas», como en el
fascismo, se hunden en la uniformidad. Es deseable, pues, que hombres y mujeres
procuren distinguirse conscientemente. Lo contrario es peligroso.
Últimamente Se discute
mucho acerca de cuáles son las diferencias entre los dos sexos. El mito pelasgo
nos enseña que la «prodigiosa complejidad» que todos amamos depende, tanto por
naturaleza como por cultura, de un amor a la particularidad.
Finalmente recordemos que cada
uno somos los únicos responsables de nuestra vida y es desde nuestro interior,
desde nuestra particularidad donde podemos refinarnos; donde con las pruebas que la vida nos
presenta podemos trascender a nuestro destino.
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