POR UNA EXPERIENCIA PROPIA
“Y
dijo Jehová Dios: «He aquí que el hombre es como uno de nosotros, conociendo el
bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de
la vida, y coma, y viva para siempre». Y lo sacó Jehová del huerto del Edén,
para que labrase la tierra de que fue tomado”.
Génesis
3, 22-23
A
lo largo de la historia, estas dos distintas teologías han tenido efectos muy
diferentes en cómo los seres humanos han interactuado entre sí y con el mundo.
Por ejemplo, cuando los europeos llegaron a las Américas, creyeron haber
encontrado una enorme tierra despoblada con ríos cristalinos y abundante caza,
y que Dios les había otorgado esos tesoros para que los usaran como ellos
quisieran.
En
realidad, había más de cien millones de indígenas que ocupaban esa tierra y que
vivían en equilibrio con la naturaleza. Estos nativos tenían teologías
femeninas y confiaban en que, mientras viviesen en armonía con la tierra, la
Gran Madre cuidaría de ellos.
Los
primeros habitantes de las Américas nunca temieron viajar grandes distancias
—de Asia a Norteamérica y luego hasta Sudamérica— porque creían que dondequiera
que fueran encontrarían abundante comida y cobijo. De modo que cazaron y
recolectaron alimentos, y aprendieron a cultivar la tierra.
Estos
antepasados convencidos de guardar y respetar la tierra llevaron consigo estos
conocimientos cuando cruzaron el estrecho de Bering hace miles de años y
poblaron las Américas, desde Alaska hasta la Patagonia. Su sabiduría se había
originado en los santuarios de los Himalayas y fue llevada hasta las Américas
por intrépidos viajeros.
Cuando
las teologías masculinas comenzaron a aparecer y las aldeas se convirtieron en
ciudades, una nueva mentalidad comenzó a dominar. En lugar de trabajar con mentalidad comenzó a dominar. En lugar de
trabajar con los recursos que tenían a su disposición, los seres humanos
empezaron a atacar a sus vecinos, con la esperanza de adquirir más tierras y
riquezas. Ya no estaban dispuestos a contentarse con lo suficiente para
sobrevivir; en lugar de eso, la codicia comenzó a predominar. Creían que toda
la comida del mundo les pertenecía y que se encontraban en la cima de la cadena
alimenticia, en lugar de ser los Guardianes de ésta.
En
Europa, estas ideas llegaron con los pueblos indo-europeos que venían de Asia
central, hace seis mil años. Estos pueblos creían poseer una justificación
divina para sus invasiones y conquistas.
Los
europeos perfeccionaron tanto la tecnología de la guerra que, cuando Francisco
Pizarro y Hernán Cortés llegaron al Nuevo Mundo en el siglo XVI, fueron capaces
de derrotar al imperio inca y al azteca con menos de cuatrocientos hombres,
equipados con cañones, acero, caballos… y microbios.
Afortunadamente,
existe un movimiento para recuperar los antiguos valores femeninos. Por
ejemplo, mucha gente está rechazando la estructura piramidal de mando
característica de las teologías masculinas.
Mucha
gente se niega también a suscribir las creencias propagadas por los
científicos, que afirman que lo que no puede ser medido, percibido o controlado
mediante los cinco sentidos no es real. Muchos ya no sospechan de su propio
corazón, y ya no creen que tengan que confiar en dogmas o en la interpretación
que otras personas hacen de lo sagrado. Están comenzando a buscar en su propio
interior y en la naturaleza para encontrar el camino.
En
una teología femenina, el camino hacia la iluminación es un camino individual.
Está nos pide que confiemos en nuestras propias experiencias, en nuestras
propias interpretaciones y en nuestra propia conciencia. Se valora el camino de
la meditación y de la oración tanto como los que creen en una teología
masculina, también reconocen un tercer camino espiritual: el del conocimiento
directo a Dios.
En
la edad de la información, no somos capaces de aceptar ningún conocimiento que
vaya más allá de los meros hechos y de la disposición lógica que hagamos de
ellos. Tenemos religiones —e innumerables personas las practican—, pero
demasiado a menudo la esencia espiritual de esas enseñanzas se han perdido. Nos
muestran interpretaciones e interpretaciones de interpretaciones de estas
grandes verdades, y analizamos estas ideas, pero nunca se nos
ocurriría irnos al desierto durante cuarenta días, como hizo Jesús, o meditar
bajo el árbol Bodhi, como hizo Buda.
Es
como si pasáramos el tiempo examinando cientos de libros de cocina llenos de
complejas recetas y discutiendo interminablemente sobre el contenido
nutricional de ciertos alimentos y dietas, pero sin comer nada nunca. Mucha
gente ha perdido la conciencia del valor de experimentar directamente lo
sagrado… para este semana presento este articulo tomado textualmente del libro “Las cuatro revelaciones” de Alberto Villoldo.
Libro que presenta cuatro revelaciones
como lo dice su nombre; de gran sabiduría, cada una con cuatro prácticas que
nos permiten ir más allá de la mera comprensión y experimentar realmente un
cambio de percepción —ayudándonos así en nuestra propia transformación y en la
del mundo—. Las revelaciones y las prácticas son:
*
Revelación 1: el camino del héroe. Prácticas: no juzgar, no sufrir, desapego,
belleza.
*
Revelación 2: el camino del guerrero luminoso. Prácticas: ausencia de miedo,
ausencia de acción, certeza, ausencia de enfrentamiento
*
Revelación 3: el camino del visionario. Prácticas: mente de principiante, vivir
con coherencia, transparencia, integridad.
*
Revelación 4: el camino del sabio. Prácticas: dominio del tiempo, adueñarte de
tus proyecciones, sin mente, alquimia de la intuición.
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