EL TRONO DE DIOS, NOS INVITA A PERMANECER EN SU AMOR

La introducción de este blog hace referencia sobre la importancia que tiene para mí dirigir mis energías hacia el corazón; pero que significa dirigirme hacia allí, muchas veces me he cuestionado sobre este objetivo y termino siempre aclarándome que es el regreso al hogar, al lugar donde comenzó este viaje.

A lo largo de esta peregrinación de mi vida, he vivido un sin número de experiencias de luz y de oscuridad que terminan siempre en cuestionarme e invitarme a buscar algún tipo de encuentro con Dios, deseando poder vislumbrar el misterio. Hoy me doy cuenta que existe un gran número de personas en la búsqueda religiosa, ya que hay una gran hambre de trascendencia . La gente busca y explora a menudo religiones orientales, se habla  de la nueva era, y de todo tipo de temas espirituales exóticos y esotéricos, y a la vez se sospecha cada vez más de las iglesias institucionalizadas.

La pregunta, es donde podremos encontrar o vislumbrar el misterio de Dios que nos permita descubrir caminos ó guías hacia la trascendencia? Quisiera compartir algunas ideas que den respuesta a esta pregunta apoyándome en algunos de los  pensamientos de Timothy Radclife (Fraile Dominico ingles) que presento a continuación y los cuales representan mi sentir y mejor entender.  La intención que tengo, es la  de exponer  que el misterio donde se  revela la presencia de Dios, es en ese  CENTRO DEL CORAZON,  un espacio, un vacío, en el que Dios puede manifestarse a Si mismo. Es mi propósito sugerir la Regla que los Dominicos proponen de tener en nuestras vidas una especie de “centro” vacío en el que Dios pueda vivir y ser vislumbrado.

La gloria de Dios siempre se manifiesta en un espacio vacío. Cuando los israelitas salieron del desierto, Dios les acompañaba y se manifestaba sentado en el espacio que media entre las alas de los querubines, por encima del trono de la misericordia. Por eso el trono mismo de la gloria estaba vacío. Era solamente un pequeño espacio. Dios no necesita mucho espacio para mostrar su gloria.

Me gusta poder pensar que el centro invisible de nuestras vidas se revela en la manera en que vivimos. La gloria de Dios se muestra a través de un vacío, de un espacio hueco en nuestras vidas. Hay tres aspectos diversos de la vida que abren este vacío y hacen hueco para Dios: en primer lugar, vidas que no desempeñan ninguna función concreta. También se puede decir, en segundo lugar, que no conducen a ninguna meta específica. Finalmente, son vidas marcadas por la humildad.

Cada uno de los anteriores tres aspectos de la vida del ser humano abre un espacio para Dios. Quisiera añadir que, en cada uno de estos tres casos, lo que da sentido a ese vacío es la oración y la meditación. La oración y comunicación con lo Divino varias veces al día es lo que muestra que este espacio está ocupado por la gloria de Dios.

Lo que resulta más obvio de la vida que está en ese centro es precisamente que no desempeñan ninguna función concreta. Trabajan la tierra, pero no son agricultores. Enseñan, pero no son profesores. Quizá incluso algunos tienen a su cargo hospitales, misiones o grandes empresas pero el papel no es ser ante todo médicos, misioneros, directores, financieros, etc. No se tiene como misión hacer algo en particular.

Habitualmente, la mayoría de las personas estamos muy ocupadas. Raramente nos encontramos ociosos, pero la actividad no es el propósito de la vida. “Cuando nos miramos a nosotros mismos con otros ojos, con los del –AMOR-, no vemos que tengamos una misión o función particular. No nos ponemos en camino para cambiar el curso de la historia. En ella, desde el punto de vista humano, sólo estamos casi por accidente. Y afortunadamente, seguimos adelante, sencillamente estamos ahí”. Es la ausencia específica de un objetivo explícito lo que revela a Dios como la razón de ser, escondido y secreto, de nuestras vidas.

Dios se manifiesta como el centro invisible de nuestras vidas cuando no intentamos buscar la razón de nuestra existencia en otra cosa. La característica fundamental de la vida cristiana es solamente estar con Dios. Jesús dice a sus discípulos: “permaneced en mi amor” Jn 15,10: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”.  Lo hijos de Dios, estamos llamados a permanecer en su amor.

Nuestro mundo es lo más parecido a un mercado. Todo el mundo compite por captar la atención de los demás e intentar convencerles de que lo que venden es necesario para que su vida vaya bien. En todo momento se nos dice lo que necesitamos para ser felices: un nuevo auto, un ordenador, unas vacaciones en la Florida o incluso una nueva marca jabón. Resulta tentador para cualquier religión entrar en este mercado e intentar gritar como un competidor más. Así, la religión sería necesaria para ser feliz, para tener éxito e incluso para ser rico. Una de las razones del rápido crecimiento de las sectas en Hispanoamérica es, precisamente, que prometen salud y dinero. Así el cristianismo llega a la plaza del mercado y se presenta como una opción válida.

No hay duda de que necesitamos que haya cristianos por ahí fuera gritando junto a los demás, uniéndose al bullicio del mercado, intentando captar la atención de la gente. Ése es el lugar que les corresponde. Pero para algunos seres iluminados que encarnan otra verdad fundamental, su última instancia es estar adorando a Dios, no porque sea importante para sus vidas, sino únicamente porque Él es lo único. Lo que importa no es que Dios sea válido para ellos, sino que en Dios encuentran la revelación de todo aquello que es verdaderamente valioso, el norte de su existencia.

La vida de unos pocos seres iluminados nos dan testimonio de que a Dios no se le puede atribuir ningún valor, puesto que las cosas sólo encuentran su valor si están en relación con Dios. Las vidas de los monjes de diferentes culturas por ejemplo son testimonio al no hacer nada en concreto, excepto permanecer en Dios. Sus vidas tienen en su centro un vacío similar al espacio que existía entre las alas de los querubines.

¿Cómo pueden descubrir que esta «nada» que hacen los monjes es la revelación de Dios? ¿Por qué no pensar, por el contrario, que los monjes no son más que unos vagos, unas personas sin ambición, incluso que son poco  competitivos en la lucha diaria de la vida por ganarse el pan? ¿Cómo pueden vislumbrar que es Dios el que está en el centro de sus vidas? Sospechoso lo es cuando podemos escuchar su canto. La autoridad que está detrás de esa interpelación que siente la gente se encuentra en la belleza de la alabanza que ellos elevan a Dios. Unas vidas que no tienen ningún propósito especial son para los demás un rompecabezas y un interrogante. Lo que pone de manifiesto la razón por la que ellos están ahí es la belleza de la alabanza de Dios.

Santo Tomás de Aquino pensaba, que la belleza es verdaderamente la revelación del bien y la verdad, entonces forma parte de la vocación del Ser, ser lugar de revelación de la verdadera belleza. San Agustín consideraba que vivir en la virtud era vivir musicalmente, estar en armonía. Amar al prójimo era, según decía, “guardar el orden musical”. La gracia es gratitud, y la vida que se vive en la gracia es bella.

Finalmente, llegamos a lo que constituye el elemento fundamental de la vida consagrada a Dios, lo que es más bello y difícil de describir, es decir, la humildad. En palabras del Cardenal Hume, «es muy hermoso ver la humildad en otro; pero el proceso de hacerse humilde es verdaderamente arduo». Es la humildad la que crea en nosotros para Dios un espacio vacío en el que Él pueda habitar y contemplar su gloria. En última instancia, es la humildad la que hace de nuestra vida el trono de Dios.

Cuando pensamos en la humildad, puede que la consideremos como una cosa extremadamente personal y privada: me contemplo a mí mismo y veo mi indignidad. Quizá lo que pretende mostrarnos San Benito al invitarnos a hacer algo infinitamente más liberador: construir en nuestro ser para que nos liberemos de toda rivalidad, competición, vanidad, egoísmo, gula, ambición, y de lucha por el poder. Unos seres nuevos pertenecientes a una comunidad en la que nadie esté en el centro, sino que en el centro haya un espacio vacío, un vacío que se llene con la gloria de Dios

Una vez más, encontramos a Dios revelado en un vacío: esta vez es el espacio hueco que se encuentra en el centro de la comunidad y está reservado para Dios. Tenemos que preparar un hogar para la Palabra, para que venga y habite entre nosotros; un espacio para que Dios exista. Siempre que estemos compitiendo para estar en el centro, no hay espacio para Dios. Por eso la humildad no puede consistir en el desprecio de sí mismo, sino que consiste en vaciar nuestro corazón para abrir un espacio en el que la Palabra pueda poner su tienda.
Una vez más, pienso en la vida de los monjes y en las liturgias y sus cantos donde ponen de manifiesto esta belleza. Dios queda entronizado en las alabanzas. Cuando los monjes van  cantando la alabanza de Dios,  se puede vislumbrar la libertad y la belleza de la humildad.

«Preguntémonos qué es lo que es cantar con júbilo. Significa darse cuenta de que las palabras no son suficientes para expresar lo que cantan nuestros corazones. Durante la vendimia, en el viñedo, siempre que los jornaleros deben trabajar duro, empiezan a cantar cantos que expresan alegría. Pero cuando su alegría rebosa, y no bastan las palabras, abandonan incluso su trabajo y se dan por completo al canto. ¿Qué es este júbilo, esta canción? Es la melodía que expresa que nuestros corazones arden con sentimientos que las palabras no pueden expresar. ¿Y a quién se atribuye de un modo más adecuado este júbilo? Seguramente a Dios, que es inexpresable».

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