¿DIOS EXISTE?



La semana pasada en un viaje de trabajo en la ciudad de Bogotá aproveche para visitar una librería -uno de mis sitios favoritos-,  y me encontré con el libro ¿Dios Existe?. Libro que incluye un debate público sobre temas tan controvertidos como la fe y la razón, los valores comunes entre cristianos y ateos, el aborto, la caída del comunismo, los derechos humanos, la naturaleza, entre otros. 

El debate se desarrolló en el año 2.000  entre dos destacados personajes, uno del mundo cristiano y otro de la esfera laicista. Los dos personajes eran el cardenal Joseph Ratzinger hoy el Papa Benedicto XVI y Paolo Flores D´Arcais, filósofo ateo y director de la revista de pensamiento «Micro Mega». La confrontación fue moderada por  el periodista Gad Lerner, judío, y director de la cadena televisiva Rai Uno.

En  las puertas del teatro Quirino, lugar del debate, se congregaron un gran número de personas que no había podido entrar por falta de sitio. En el interior, atestado, la gente estaba incluso sentada en el suelo. Al público, que siguió el duelo dialéctico con pasión, y aplausos a uno u otro de los ponentes, se le hicieron pocas las dos horas y cuarto de intenso debate y probablemente hubiera querido continuar.

El periodista Lerner se preguntó si son tan netos los confines entre quien cree y quien no cree y si no habría algún rasgo en común. Y respondió que el rasgo común que comparten los dos ponentes es «el rechazo de una religiosidad amoldable, con un Dios hecho a la propia medida, sin medirse con el problema de la verdad, que está muy difundida hoy, como se ve en la "New Age" y en cierta idea de budismo». Preguntó a los ponentes de qué nace la necesidad de discutir sobre el tema.

El cardenal Ratzinger respondió que «nace del hecho de que los creyentes creemos que tenemos algo que decir a los demás. Estamos convencidos de que el hombre tiene necesidad de conocer a Dios. En Jesús ha aparecido la verdad, que debe ser conocida».

Por su parte Flores d´Arcais indicó que «en un debate de este tipo hay una gran asimetría. El creyente está interesado en convertir. El ateo no tiene esta necesidad. Y se preguntó por qué un ateo está interesado en la fe. Respondió que ser ateo significa mantener que todo se juega aquí, en esta existencia finita. Sobre esta base se establecen las alianzas, las solidaridades, los conflictos, los choques. La convivencia basada en la tolerancia no es indiferente al tipo de fe. Si la fe de un cristiano es la de las primeras generaciones de cristianos, la fe es un escándalo para la razón, no hay ningún conflicto con el no creyente. Pero si la fe pretende ser el resumen y el cumplimiento de la razón, lo que es más característico del hombre, se comprende que tenga la tentación de imponerse. ¿Por qué no renunciáis los creyentes a la demostración de la verdad, por qué pretendéis la racionalidad?».

El cardenal Ratzinger rebatió esta afirmación diciendo que «los creyentes de las primeras generaciones no creían en la absurdidad de la fe. Pablo habla en el Areópago. Pablo predica una fe que es por una parte escándalo pero estaba convencido de que no anunciaba nada absurdo, sino un mensaje que podía apelar a la razón, una religión que no es inventada sino que está en consonancia con nuestra razón. Estoy de acuerdo con Flores D’Arcais en que esto no se debe imponer».

A la pregunta de si se puede vivir sin fe, Flores D’Arcais respondió que, «depende de lo que se entienda por fe». «Si se entiende como profunda pasión existencial por ciertos valores que hagan de la vida algo sensato, no. Pero si se entiende como creencia religiosa, sí se puede vivir sin fe», confesó ofreciendo su opinión íntima. «La fe --añadió-- es algo más pero también algo menos. La lucidez de lo finito permite vivir con una pasión y una conciencia crecida las vivencias de nuestra vida».

Respecto al tema de si hay algo común entre creyentes y no creyentes, el cardenal Ratzinger indicó que «hay un terreno común. Puede haber coincidencias sobre valores que hacen digna la vida: combatir la intolerancia, los fanatismos, el compromiso por la dignidad del hombre, la libertad, la ayuda a los necesitados. Es un terreno en el que, a pesar de la división, tenemos una responsabilidad común. El amor contra el odio, la verdad contra la mentira, es innato en el hombre. La conciencia y el compromiso por la dignidad humana es una presencia escondida de una fe más profunda, aunque no esté definida en términos teológicos. Es una raíz común del bien contra el mal».

Respecto al terreno común entre un creyente y un ateo, Flores D’Arcais indicó que «el terreno común es el Evangelio y los valores del Evangelio. Hay dos valores fundamentales: la frase de Jesús: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” “Sea vuestro lenguaje sea sí, sí,  o  no, no”,  son el verdadero terreno para un compromiso en común – de creyentes y no creyentes – en la seriedad de la existencia. Porque para el hombre del desencanto y de lo finito (En eso consiste ser ateo) lo que cuenta es la opinión ética.  

Al respecto  el cardenal Ratzinger no habla que en intento de dar un nuevo sentido claro al concepto del cristianismo como religión en medio de esta crisis de la humanidad debe basarse por igual, por así decirlo, en el recto obrar (ortopraxis) y en el recto creer (ortodoxia). Su argumento más profundo debe consistir en que el amor y la razón coinciden como verdaderos pilares fundamentales de lo real. La razón verdadera es el amor, y el amor es la razón verdadera. En su unión constituyen el verdadero fundamento y objetivo de lo real.

Se concluye entonces como para creyentes y no creyentes debe estar en pro de la dignidad del ser humano. Finalmente dejo la siguiente reflexión de   Flores D’Arcais quien nos dice: Que para que la dignidad no se quede en retórica, que en general tiene éxito cuando se tiene fe en el otro – entendido precisamente como Dios Padre -. La piedra donde tropezar para el cristiano es la tentación de dictar la ley – en nombre de una presunta ley natural – y la piedra donde tropezar es para el ateo la incapacidad de la caridad... es desde allí donde uno y otro deben trabajar.

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