Cuentos de Sabiduria
Había un joven monje que quería
conocer a Buda y ser discípulo suyo. Había escuchado que estaba predicando en
un pueblo y se dirigía hacia allí. Por el camino se encontró a un anciano que
acarreaba una gran carga de leña y decidió desviarse un poco para ayudarlo y
acompañarlo a casa. Cuando al fin llegó al pueblo, Buda se había marchado.
Preguntando de pueblo en pueblo
averiguó a donde había ido y se puso en marcha, pero por el camino encontró una
mujer que había caído al rio y se ahogaba. Se tiró a salvarla, encendió un
fuego para calentarla y se quedó con ella hasta que se repuso. Cuando
finalmente llegó al pueblo, Buda ya no estaba.
Pasaron muchos años y el monje
nunca consiguió encontrar a Buda, siempre llegaba tarde. Un día supo que se
encontraba en el pueblo de al lado, pero que estaba muy enfermo y no viviría
hasta el amanecer. Decidió que esta vez si conseguiría conocerlo, nada le
podría detener.
Mientras cruzaba el bosque
encontró un ciervo, herido por la flecha de un cazador. El monje dudó si debía
seguir su camino, pero no podía abandonar al ciervo moribundo. Le curó sus heridas,
lo tapó con su manta y lo cuidó toda la noche. Al amanecer, el monje se sintió
triste y pensó “he perdido mi última oportunidad, nunca podré conocer
a Buda porque ha muerto”. Entonces el ciervo se puso de pie y le dijo:
Mientras quede en el mundo gente
con tanta compasión como tu, Buda no morirá. No necesitabas conocerme porque
siempre me llevaste en el corazón.
1) Bajo por la calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
Me caigo dentro, estoy perdido...
impotente.
No es culpa mía.
Se tarda una eternidad salir de
allí.
2) Bajo por la misma calle.
hay un enorme hoyo en la acera.
hago como que no lo veo.
Vuelvo a caer dentro.
No puedo creer que este en este
mismo lugar.
Pero no es culpa mía.
Todavia se tarda mucho tiempo en
salir de allí.
3) Bajo por la misma calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
veo que esta allí.
Igual caigo en él... es un
habito.
Tengo los ojos abiertos.
Se donde estoy.
Es culpa mía.
Salgo inmediatamente de allí.
4) Bajo por la misma calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
Paso por un lado.
5) Bajo por otra calle.
Poema Japonés, que nos ayuda a
trabajar en liberarnos de nuestros hábitos.
Ciertos discípulos vivían
preguntándome dónde está la verdad", dijo Maal-El: Entonces, cierto día decidí señalar hacia una
dirección cualquiera, intentando demostrar que lo importante es recorrer un
camino, y no quedarse pensando sobre él. En vez de mirar hacia la dirección que
señalaba, el que me hizo la pregunta comenzó a examinar mi dedo, intentando descubrir
dónde estaba escondida.
Cuando las personas procuran un
maestro, deberían estar buscando experiencias que puedan ayudarles a evitar
ciertos obstáculos. Pero, lamentablemente, la realidad es otra: están usando la
ley del menor esfuerzo, intentando encontrar respuestas para todo." Quien
acepta, sin preguntas, las verdades de su maestro, jamás encontrará su camino.
Un belicoso samurái desafió en una ocasión a
un maestro zen a que explicara el concepto de cielo e infierno. Pero el maestro
respondió con desdén:
—No eres más que un patán. ¡No
puedo perder el tiempo con individuos como tú! Herido en lo más profundo de su
ser, el samurái se dejó llevar por la ira, desenvainó su espada y gritó:
— ¡Podría matarte por tu
impertinencia!
—Se acaban de abrir las puertas
del infierno —repuso el maestro con calma.
Desconcertado al percibir la
verdad en lo que el maestro señalaba con respecto a la furia que lo dominaba,
el samurái se serenó, envainó la espada y se inclinó, agradeciendo al maestro
la lección.
—Se acaban de abrir las puertas
del cielo —añadió el maestro.
Siempre que alguien le preguntaba
acerca del Zen, el gran maestro Gutei lentamente levantaba un dedo en el aire.
Un muchacho en la aldea comenzó a imitar esta conducta. Siempre que oía a la
gente hablar de las enseñanzas de Gutei, interrumpía la discusión y levantaba
su dedo. Gutei oyó hablar de la travesura del muchacho. Cuando lo vio en la
calle, lo agarró y le cortó su dedo. El muchacho gritó y comenzó a huir, pero
Gutei le llamó. Cuando el muchacho se dio vuelta para mirar, Gutei levantó su
dedo en el aire. En ese momento el muchacho se iluminó.
Nan-in, maestro japonés que vivió
en la era Meijí (1868-1912), recibió a un profesor universitario que acudió a
informarse sobre el Zen. Nan-in sirvió té. Llenó la taza de su visitante, y
siguió vertiendo.
El profesor se quedó mirando al
líquido derramarse, hasta que no pudo contenerse: -Está colmada. ¡Ya no cabe
más!
-Como esta taza -dijo Nan-in-,
está usted lleno de sus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo puedo
mostrarle el Zen a menos que vacíe su taza antes?
- ¿Que es el amor?
- La ausencia total de miedo -,
dijo el maestro.
- ¿Y qué es a lo que tenemos
miedo?
- Al amor -, respondió el
maestro.